Vivimos en un tiempo de aceleración constante en donde la hiperproductividad y la competitividad son presentadas como virtudes, mientras que el descanso, la contemplación y la vulnerabilidad son percibidas como debilidades. El filósofo Byung-Chul Han ha descrito esta lógica como régimen del “rendimiento”, en el que el sujeto se explota a sí mismo creyendo que se realiza, generando nuevos tipos de sufrimiento: depresión, ansiedad, síndrome de burnout. En esa línea, Mark Fisher también señala cómo los trastornos mentales han dejado de ser exclusivamente individuales para convertirse en el correlato afectivo del capitalismo tardío. Prometeo se enmarca así dentro de una crítica a estos modos de vida contemporáneos. La obra se propone como una exploración sensorial del cansancio, la fragmentación y la sobreestimulación que caracteriza a las grandes urbes, y en particular a Nueva York, entendida no solo como escenario sino como símbolo: epicentro de la economía global, cruce de culturas, tensiones migratorias, soledad urbana, y al mismo tiempo, vitrina del éxito y la productividad. Desde el punto de vista formal, el proyecto habita un territorio intermedio entre la fotografía fija y el lenguaje audiovisual, buscando construir un poema visual en donde las imágenes respiran, vibran, se enfrentan o se sostienen unas a otras. El sonido cumple también un rol clave: no como acompañamiento, sino como estructura narrativa en sí misma, donde el ruido, la respiración, las voces superpuestas y las texturas sonoras se convierten en materia emocional.